Masacre de Acteal: cuando el gobierno se disfrazó de paramilitar

México | 16 de julio de 2010
Fuente: Leandro Albani

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http://www.albatv.org/Masacre-de-Acteal-cuando-el.html

Resumen Latinoamericano (Especial desde Chiapas) - El taxi colectivo deja atrás San Cristobal de las Casas y sube por la ruta, serpenteando las montañas que parecen recubiertas por nubes verdes. Después de una hora y media, el auto se detiene y el chofer indica que abajo están Las Abejas. Eso se distingue desde la ruta: un cartel da la bienvenida a la tierra sagrada de los mártires de la masacre de Acteal, llevada a cabo en 1997 por paramilitares.

A un costado hay una pequeña tienda manejada por las mujeres de la comunidad y enfrente se levanta la columna de la infamia, una construcción que representa a personas entrelazadas que suben hacia el cielo. Alrededor todo es montañas, plantaciones de maíz y café, y una historia no muy lejana donde paramilitares y gobiernos aplicaron una fórmula conocida para acabar con hombres y mujeres que exigen respeto a sus derechos ancestrales y básicos.

Junto a la ruta hay una escalinata que lleva hasta el centro de la comunidad de la Asociación Civil Las Abejas, nacida en 1992. Cuando se llega abajo, lo primero que se ve es una iglesia con las imágenes de Jesús y la Virgen de Guadalupe. A la derecha está el santuario que se asemeja a un anfiteatro techado, donde cuelgan banderas multicolores. “Con la fuerza de nuestros abuelos y abuelas honraremos a nuestros mártires. Trabajamos por la justicia, la verdad y la paz”, se lee en una de las telas, donde hay dibujados un anciano y una anciana, y de fondo la cara de una joven indígena. La bandera se completa con imágenes de maíz, café y abejas sobre laderas verdes.

Debajo del santuario están las víctimas de la masacre de 1997. Y en Acteal es muy raro no encontrar a alguien que no tenga un familiar enterrado en ese lugar.

Relato de Agustín

Agustín dice que tiene una historia que contar. Esa historia es la de la masacre de Acteal. El 22 de diciembre de 1997, pasadas las diez de la mañana, un grupo de cien paramilitares entraron a la comunidad de Las Abejas. Armados con fusiles de guerra y machetes asesinaron a cuarenta y cinco personas; nos distinguieron si eran hombres, mujeres embarazadas o niños. La orden era barrer y sembrar terror en las tierras tzotziles del café y el maíz.

Cae la noche desde las montañas y la niebla comienza a bajar. Llueve de forma intermitente y a lo lejos se escuchan una flauta, maracas y un arpa. En la cocina de Las Abejas, desde hace días hombres y mujeres cocinan tamales para la celebración de San Pedro, el patrono del municipio.

En uno de los cuartos donde atienden los promotores de salud, Agustín hierve frijoles y calienta tortillas. Este año fue elegido miembro de la mesa directiva de la comunidad. En la cara de Agustín siempre hay una sonrisa y sus manos en todo momento están al servicio de quien le solicite algo. Recuerda que unos días antes de la masacre, los paramilitares –que ya operaban en la zona desde principios de año como mínimo-, entraron y robaron las cosechas y el ganado. Desde hacía meses, tanto Las Abejas como los municipios autónomos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) venían denunciando que el gobierno estatal, con el beneplácito del entonces presidente Ernesto Zedillo, organizaban bandas paramilitares. El entrenamiento de los grupos corría por cuenta del Ejército mexicano, que bajo la teoría oficial de la “violencia intercomunitaria” mantenía la zona de Los Altos chiapanecos militarizada.

Agustín comenta que antes de la masacre, uno de sus hermanos se enteró de los planes paramilitares y les avisó, pero que en la comunidad nadie pensaba que podía concretarse el rumor. “Nosotros no usamos armas, lo único que tenemos son nuestros machetes para trabajar”, dice Agustín.

Cuando los paramilitares entraron a Acteal los pobladores realizaban una jornada de ayuno y oración por la paz. Desde hacía meses, en pocos kilómetros a la redonda, el número de desplazados por las agresiones paramilitares ascendía a diez mil. Casi sin comida, con fuertes enfermedades, viviendo en construcciones de plástico y algunas maderas, los desplazados además tenían que soportar los asesinatos contra los miembros de las bases de apoyo zapatistas. Mientras tanto, el gobierno mexicano argumentaba que la violencia se debía a un conflicto entre comunidades generado por la explotación de una mina de grava. Aunque suene irrisorio, un año después de la masacre el Ejecutivo publicaba el “Libro Blanco de Acteal”, donde volvía a defender esta teoría.

Huele bien en la habitación donde Agustín cocina y cuenta su historia, que es común a la de los demás pobladores de Acteal. “Creemos en la palabra de dios –explica- y la palabra es nuestra arma de lucha. No matarás, no robarás, es lo cumplimos, pero ellos no”. Si Agustín habla de “ellos”, es de los propios indígenas que el Ejército y el Partido de la Revolución Institucional (PRI) reclutaron y entrenaron para asesinar. Otra de las excusas esgrimidas (y contradictoria con la anterior) fue que Las Abejas eran parte del EZLN y estaban armados. Si bien el zapatismo cuenta con un ejército, para esa fecha solo realizaban operaciones defensivas a los ataques paramilitares y militares y era sabido que no utilizarían sus armas, ya que habían optado por el diálogo.

Agustín dice que la comida está lista y agrega que los paramilitares tuvieron seis horas para masacrar. A doscientos metros de donde ocurrían los asesinatos, la policía “vigilaba” y fue avisada por los pobladores. Llegaron pasadas las cinco de la tarde, cuando los propios habitantes de Acteal ya apilaban los cuerpos y buscaban a quienes habían escapado hacia el río, ladera abajo, tratando de escapar.

Llegan algunos miembros de la mesa directiva a cenar. El día fue largo y la mañana comienza temprano. Cuando Agustín relata la historia su cara no se conmueve. Tiene la paciencia de sus abuelos tzotziles y la certeza de que la verdad y la palabra están a su favor.

Paramilitares activados

Cuando se le pregunta a algún miembro de Las Abejas dónde están los paramilitares, la respuesta es simple: a pocos kilómetros, en otras comunidades manejadas por el PRI, con las armas “enterradas”, esperando la orden para activarse.

En la oficina de la mesa directiva los siete miembros están reunidos. Sus días son de actividad plena, recorriendo la zona, hablando con la gente, respetando ese mandato que tanto repiten: “mandar obedeciendo”.

José es el presidente, habla con un tono suave y lento, y explica a quien se lo pregunte que ellos tienen diferencias mínimas con los zapatistas pero que la lucha es la misma. También recuerda que hace un año atrás veinte paramilitares que estaban encarcelados por la masacre fueron liberados y que solamente el presidente municipal de ese entonces, César Ruiz Ferro, se encuentra en prisión como autor intelectual. José dice que a los demás responsables de la masacre nadie los toca.

Aunque la actividad paramilitar en Acteal se encuentre en un presunto repliegue, en el estado de Chiapas los grupos continúan intimidando, hostigando y agrediendo a los pobladores de las comunidades autónomas. Solamente observar la cartelera de la oficina de la mesa directiva para darse una idea. En una especie de periódico mural se hace un recuento: el 23 de enero la Junta de Buen Gobierno de Morelia denunció la ocupación de terrenos zapatistas por parte del grupo paramilitar OPDDIC; el 29 de enero la Junta de Buen Gobierno de La Garrucha denunció la invasión y destrucción del poblado de Laguna de San Pedro por parte de policías, militares y funcionarios del estado; el 2 de febrero se denunció un ataque con armas de grueso calibre contra campesinos adherentes a la Sexta Declaración de la selva Lacandona del EZLN; el 7 de febrero la organización Ejército de Dios-Alas de Águilas (calificada como fundamentalista evangélica) realizó disparos en la cercanías de la comunidad de Mitzitón, perteneciente a La Otra Campaña del zapatismo; sobre este grupo además se revela que en julio de 2009 asesinó a un habitante de la comunidad pero “los culpables obtuvieron la libertad sin cargos”.

Por estos días, un grupo europeo de apoyo a las Bases Zapatistas se encuentra en Chiapas y en apenas algunas jornadas de trabajo ya realizaron varias denuncias en el diario La Jornada. En Oventik, la Junta de Buen Gobierno comunicó que el Ejecutivo “quiere dividir a las comunidades por medio de programas asistencialistas como Procampo o Provivienda, respaldando a sectas religiosas, o apoyando a grupos paramilitares para provocar enfrentamientos y justificar la intervención de la policía o el Ejército Federal”.

José repite lo que todos saben: en Acteal los paramilitares solo esperan ser activados, y que ahora los gobiernos federal como estatal buscan dividir a las comunidades a través del dinero. “Eso sólo se puede parar formando conciencia entre nosotros”, afirma José.

Dinero, vieja estrategia que nunca pasa de moda

Nacida en 1992, la organización Las Abejas tiene una historia en común con el levantamiento zapatista del 1 de enero de 1994. Los reclamos y demandas son los mismos, y el camino por recorrer también. Un ejemplo de esto es su adhesión a La Otra Campaña, lanzada por el EZLN antes de las elecciones presidenciales que llevaron al poder (fraude mediante) a Felipe Calderón.

En la comunidad se aprecia un trabajo paciente, responsable y donde los tiempos son muy diferentes a la “real politik” que se ve por televisión. Una muestra de esta ética en la práctica, es que los miembros de la mesa directiva solamente pueden ejercer un año y luego no ser reelectos por otros cuatro años. Cuando son elegidos dejan sus trabajos y viven durante toda la semana en el centro de la comunidad. No reciben sueldos, solamente la comida y una pequeña ayuda económica cuando tienen que viajar más lejos para alguna actividad. Toda elección o decisión importante se define en grandes asambleas donde todos y todas hablan y la mesa directiva está día a día recorriendo las diferentes comunidades.

Hace un año, Las Abejas tuvieron una fuerte división. La razón: parte de los dirigentes de ese entonces comenzaron a recibir dinero y a negociar con el gobierno estatal. Luego de discusiones y consultas, la organización partió aguas y se comenzó nuevamente desde bien abajo. Si Las Abejas llegó a aglutinar cerca de treinta comunidades, ahora ese número es mucho menor pero sus pobladores son más firmes a la hora de no dejarse engañar. Y el gran desafío de la actual mesa directiva es volver a agrupar a quienes fueron engañados o, como dice Oscar, uno de los promotores de salud, “dejaron a los cuarenta y cinco aquí y se fueron con el gobierno”.

José comenta que desde hace tiempo se reparte dinero en las comunidades, buscando dividirlas y enfrentarlas. Que ese dinero es escaso, pero que se juega “con las necesidades de la gente”, y que el gobierno ofrece cinco mil pesos a los familiares de las víctimas de la masacre para que “dejen reclamar”. José aclara que Las Abejas no reciben dinero del estado porque saben, por su experiencia, que siempre le van a exigir algo a cambio y eso es abandonar su lucha.

Mientras tanto, en la comunidad los preparativos para la celebración de San Pedro continúan. Son días de poco descanso y mucho trabajo, como casi siempre, sobre todo los 22 de cada mes, cuando Las Abejas se reúnen a homenajear a sus mártires con la “sabiduría de sus abuelos y abuelas”, con la esperanza de justicia y una nueva sociedad que va creciendo en Acteal.