VERDAD Y JUSTICIA PARA ACTEAL

+ Felipe Arizmendi Esquivel

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La Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó, alegando irregularidades en los procesos penales, la excarcelación de 20 indígenas tsotsiles, a quienes se ha acusado de participar en la masacre de 45 niños, mujeres y ancianos, que oraban pacíficamente por la paz el 22 de diciembre de 1997, en Acteal, todos ellos miembros de la Organización Civil “Las Abejas”. Están en revisión otros casos del mismo hecho execrable, y, por tanto, es probable que otros más sean liberados. La Suprema Corte se lava las manos diciendo que no declara inocentes a los excarcelados, sino sólo que su proceso estuvo viciado por varias deficiencias jurídicas.

Este hecho ha suscitado muchos comentarios. Agrupaciones protestantes que han defendido a los inculpados, pues la mayoría de éstos no son católicos, aplauden la decisión. Otros condenan y descalifican el “sistema de justicia” en el país. Unos exigen juicio y castigo a los autores intelectuales de gobiernos pasados. Otros prevén venganzas y nuevos crímenes, si retornan los liberados. ¿Qué nos toca como Iglesia? ¿Qué pide el Evangelio?

JUZGAR

Siempre condenaremos el asesinato de los 45 inocentes de Acteal, que nunca aceptaron el camino de las armas, ni de uno ni de otro de los grupos antagónicos de la región, sino que se definieron y se mantuvieron como luchadores pacifistas por la justicia. Oraban y ayunaban por la paz de la región. Hasta la fecha, sus deudos piden verdad y justicia, pero no abogan por la venganza y la violencia. Por decisión sostenida en su fe, no tienen armas, ni confían en ellas. Siempre nuestra diócesis los acompañará en su demanda de justicia, no sólo porque son católicos, sino porque no puede haber paz estable sin verdad y sin justicia. El conflicto, lo reiteramos, no fue religioso, sino netamente político e ideológico.

Los responsables de este crimen no deben quedar libres e impunes. Si algunos de los ahora liberados son culpables, debe haber procedimientos jurídicos para que sean nuevamente juzgados y encarcelados. Y si son inocentes algunos de los actualmente presos, es de justicia que adquieran su libertad. Sin embargo, el juicio de la Suprema Corte no avala la inocencia de los liberados. Una cosa es la inconsistencia jurídica de un juicio, y otra que haya o no culpabilidad. Puede haber inocencia jurídica, pero culpabilidad real. Los deudos de las víctimas afirman que la mayoría de los que salieron libres, participaron directamente en la masacre. Su testimonio es vivo y real; se conocen.

¿Y qué decir de los autores intelectuales? Que es mucho más grave su culpa. Los que planearon y ordenaron este crimen, aunque nunca pisen la cárcel, y aunque presuman de ser inocentes, no podrán vivir tranquilos. Pueden engañar a los hombres y burlar las leyes, pero no a sí mismos ni a Dios. La sangre inocente siempre reclamará justicia. Es de justicia que se esclarezca hasta qué punto las más altas autoridades federales y estatales planearon y decidieron el crimen. Si se comprueba su responsabilidad, directa o indirecta, han de ser enjuiciados.

ACTUAR

Debe seguirse esclareciendo la verdad, como base para ejercer la justicia. Sin verdad, no hay justicia y se cometen muchas injusticias. Sin verdad, pueden andar libres los realmente culpables, o permanecer en la cárcel quienes nada tuvieron que ver. Sin embargo, lo lamentable es que algunas autoridades judiciales no dan fuerza jurídica a las declaraciones de los deudos de las víctimas, que ya se cansaron de dar pruebas en contra de los liberados.

Sienten que no les hacen caso por ser pobres.

Todos debemos seguir luchando por la verdad y la justicia, evitando venganzas y nuevas divisiones, que dañan tanto a las comunidades. Desde lo que nos enseña Jesús, exhortamos al perdón y a la reconciliación, desde lo profundo de los corazones de todas las partes, siempre sobre los cimientos de la verdad y la justicia, para que haya una paz duradera y estable. Este es un proceso y hay que trabajar mucho el interior y la fe de las personas. Que el Espíritu Santo nos conceda sabiduría y fortaleza, para discernir la verdad y practicar la justicia.