No a la impunidad
Carlos Fazio
LA JORNADA, 15 de junio del 2009
Porque no se puede silenciar la historia. Porque la memoria del horror está presente. Porque las grandes mayorías no saben que todo es posible. Porque debemos reintegrar a la memoria colectiva lo que, de olvidarse, retornaría. Porque debemos oponernos a la inercia del consenso, del borrón y cuenta nueva y el no te metas del discurso dominante que quisiera un pasado sepultado para siempre, víctimas y protagonistas de ayer y de hoy, familiares, luchadores sociales, juristas, intelectuales y colectivos humanitarios de distintas regiones de Nuestra América se reunirán los días 20 y 21 de junio en el caracol zapatista Torbellino de Nuestras Palabras, en Morelia, Chiapas, para establecer un diálogo intergeneracional que, a la vez de denunciar, informar y analizar la realidad actual, sirva para crear nuevas herramientas de prevención y protección ante el ascenso de la violencia y la impunidad de los que mandan.
Con gran profusión, algunos hechos del pasado reciente reaparecen en muchas latitudes, y asoma el gesto inaugural del poder totalitario que define al enemigo interno: el indígena, el insumiso, el pobre, el migrante, el extranjero como sinónimo de terrorista, con la intención de imponer una verdad única en la lógica del orden instituido y como estrategia de poder y prácticas rutinarias del neoliberalismo de guerra de Washington y sus peones, con sus leyes de punto final y sus archivos secretos del horror; con la impunidad como política de Estado; con sus vuelos de la muerte y sus cárceles clandestinas; con sus falsos positivos, como en la trágica Colombia bajo control de la narcoparapolítica uribista; con sus renovadas doctrinas de seguridad y sus fachadas y limbos jurídicos que criminalizan la protesta, la disidencia y a los luchadores por la liberación nacional a los que clasifica como sediciosos o combatientes enemigos carentes de derechos, como en Guantánamo, Abu Ghraib, el Cauca, Chillan en Chile o Acteal, Aguas Blancas, Atenco, Oaxaca, Pasta de Conchos o Puebla en la geografía mexicana.
El silencio es aliado o cómplice del terror. La palabra engendra esclarecimiento. La resistencia a saber, individual y colectivamente, y el asco y el miedo que despiertan la cárcel, la tortura, las ejecuciones extrajudiciales, las desapariciones, los genocidios, nos invitan a huir de esos temas. Por eso, a partir del testimonio de las víctimas, del esclarecimiento de la verdad y la recuperación de la memoria histórica, es necesario comprender qué ocurrió y cómo ocurrió. Porque documentarlo, sistematizarlo y compartirlo nos permitirá saber qué está ocurriendo hoy, cuando la potencia hegemónica, Estados Unidos, con la complicidad de algunos estados clientes –Colombia, México y Perú en la coyuntura–, lleva a cabo de facto una reconfiguración del mapa geopolítico hemisférico en beneficio del complejo militar industrial.
Con sus tratados de libre comercio, su Plan Puebla-Panamá, su Plan Colombia y su Iniciativa Mérida, las nuevas empresas colonizadoras del imperialismo asociado buscan aterrizar sus megaproyectos y sus contrarreformas agrarias, como renovada forma de apropiación territorial violenta para el saqueo de recursos naturales en nombre del dios mercado y en clave de contrainsurgencia.
Con su Escuela de las Américas, sus guerras sucias y sus matanzas manu militaride indígenas, como en Bagua, en la Amazonia peruana, y antes en Cobija, Pando, en el trópico boliviano, o en el Chocó colombiano, el sistema busca perpetuarse y reproducir sus intereses. Mientras impulsa golpes suaves, revoluciones de colores, guerras de cuarta generación y secesionismos en Santa Cruz, Zulia y Guayaquil, fabrica estados fallidos con sus Eliot Ness de ocasión y reconfigura su red de bases castrenses y sus centros operativos de avanzada, ordena el regreso de la Cuarta Flota y multiplica los ejercicios militares.
Con sus paramilitares y mercenarios disfrazados de contratistas privados; con su guerra reguladora a las drogas, sus mafias y sus padrinos; con sus Sucumbíos, sus Atencos y sus Parotas; con sus cercos de hostigamiento contrainsurgente a los zapatistas en Chiapas y a los comuneros de la Nación Mapuche en Cautín, Malleco, Temuco y la Araucania chilena; con sus feminicidios; con su racismo, discriminación y arrasamientos culturales; con su terrorismo mediático y sus oligopolios al estilo Televisa o Globovisión; con sus oscurantistas adoctrinadores tarifados tipo Mario Vargas Llosa y Enrique Krauze, Estados Unidos y sus capataces locales imponen sus normas. Sus tribunales clasistas que legalizan la impunidad a través de las fronteras nacionales, con sus leyes antiterroristas y sus supremas cortes de opereta, que sancionan impunidad arriba y terror abajo, en tanto instalan por doquier sofisticados sistemas de control y vigilancia electrónica de red en el contexto de la tolerancia cerode la doctrina Giuliani.
Conocer el origen y la naturaleza del dolor, los mecanismos del terrorismo de Estado y del discurso del poder que justifica la barbarie y el odio al otro, al diferente, implica quizás desarmar su lógica de manera preventiva, su vigencia hoy y su eficacia. Frente a la situación del horror renovado, lo que el sistema propone es huirle por asco y miedo. No hacerlo exige vigilancia, requiere una alerta constante.
El silencio y el olvido, la indiferencia y la impunidad favorecen la persistencia y reproducción de la violencia y el terror de Estado. Por eso es necesario identificar todas las formas de impunidad vigente en sus dimensiones militar, jurídica, económica, cultural y comunicacional, para empezar a elaborar un diccionario del horror; para crear una red de redes de las organizaciones de víctimas que diseñen estrategias de denuncia, defensa social y propuestas de acción comunes, y constituyan un Tribunal Autónomo Continental para juzgar los crímenes de guerra y de lesa humanidad, así como a sus autores y ejecutores.
http://www.jornada.unam.mx/2009/06/15/index.php?section=opinion&article=026a1pol
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