Pero deslinda a la Diócesis y advierte de embestida gubernamental contra sacerdotes y feligreses

JUSTICIA Y PAZ, NUESTRA OPCION

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo de San Cristóbal de Las Casas

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A últimas fechas, se ha señalado en medios informativos a algunos catequistas, diáconos y sacerdotes de nuestra diócesis como generadores de violencia, incitadores a una revolución armada, aliados a movimientos antisistémicos, provocadores de planes de saqueos y destrozos públicos, con ocasión de los aniversarios, en el año 2010, de la independencia y de la revolución mexicanas.

A pesar de nuestra insistencia en que, como diócesis, no vamos por ese camino ni lo alentamos, y la prueba es nuestra propia vida y acción pastoral, hay personas e instancias que no nos creen. Se percibe una acuciosa investigación para involucrar a sacerdotes en la promoción de la violencia. Temo que intenten “sembrarles” pruebas falsas, para presentarlos como implicados en el tráfico de armas y de drogas, y así justificar su posible encarcelamiento. Cuando todo lo que digas o hagas se distorsiona y se malinterpreta, no hay lugar para defender la verdad y la inocencia.

Que hay inconformidad social, es un hecho que no se puede ocultar. La hay aquí y en muchas partes del país. La hay por el creciente empobrecimiento de la población, el desempleo, el hambre, el abandono del campo, la insuficiencia de las instituciones educativas y de salud, la migración, la corrupción, la inseguridad. La crisis globalizada del sistema económico genera descontento social. Y no faltan personas y grupos, no alentados ni apoyados por la diócesis, que siguen pensando que no hay otra alternativa más que un nuevo movimiento armado. La misma celebración que hace el gobierno para exaltar la independencia y la revolución pasadas, es una incitación a confirmarse en su tesis de que sólo por ese camino puede lograrse un cambio más profundo. Nosotros no generamos ni impulsamos esa alternativa. Y si algunos de los que así piensan viven entre nosotros, no somos nosotros quienes a ello los incitamos. ¿Por qué no nos creen?

JUZGAR

Nuestro punto de referencia fundamental es Jesucristo. El nunca alentó un levantamiento armado contra el sistema romano opresor. Cuando Pedro quiso usar su espada para defender a Jesús, éste lo reprendió. Más bien, promovió la conversión de las mentes y los corazones hacia la justicia y la paz, la misericordia y el amor, la reconciliación y la fraternidad, pues todos somos hermanos, hijos del mismo Padre Dios. El amor y la paz tienen siempre como base la justicia, aunque va más allá de la simple justicia. El amor de Cristo supera la justicia.

En esa misma línea, se expresa nuestro III Sínodo Diocesano: “La violencia armada desangra a muchísimas de nuestras comunidades… Para alcanzar esa paz que tanto anhelamos, debemos seguir fielmente el camino de la diócesis de ser instrumentos y constructores de la paz verdadera, que es don de Jesús. Hemos de continuar con nuestro compromiso diocesano, de ser promotores y mediadores de la paz y cumplir con el ministerio de la reconciliación que Dios nos dio para cambiar esta situación de guerra y de conflictos entre hermanos, evitando el pleito, el odio, el chisme y el rumor en nuestras comunidades” (págs. 53-56).

“Para llegar a la reconciliación, buscaremos soluciones pacíficas y respetuosas a los problemas, por medio del diálogo, sabiendo que actuamos desde la misión de la Iglesia como mediadores de la paz. Es necesario que los agentes de pastoral ayuden a lograr la reconciliación en las comunidades, hablando y animando con mensajes de paz, para que no se provoquen nuevos disturbios y conflictos” (Nos. 90 y 100).

ACTUAR

Discernir la información que transmiten los medios y que a veces confunden. Ser humildes y revisar si algunas de nuestras palabras o acciones han dado pie a que nos malinterpreten. Buscar la justicia y la verdad, como cimientos de la paz. Rechazar la violencia y optar siempre por los medios pacíficos para la transformación social. Si alguien va por otro camino, no es de los nuestros.

No perder la esperanza; más bien, renovar y fortalecer la opción evangélica de acompañar siempre al Pueblo de Dios, en particular a los pobres y a los que sufren. Orar unos por otros, también por quienes nos atacan.