Negligencia en el Sureste

David Aponte

July 29, 2009

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El rebrote de influenza en los estados de Chiapas y Yucatán tiene su origen en la indolencia, el descuido de los gobernantes frente a las medidas de prevención y control del virus. El disparo de las cifras de personas contagiadas en el sureste mexicano fue alarmante y súbito. En dos semanas y media, los casos se triplicaron en los dos estados que no figuraban en las estadísticas de la Secretaría de Salud. De inmediato, desplazaron a Veracruz y el Distrito Federal, que muestran una situación aparentemente estable del A-H1N1, en el monitoreo cotidiano de las autoridades federales.

Una revisión detallada de los casos registrados en todo el territorio nacional, tarea a cargo del secretario José Ángel Córdova Villalobos, permite detectar las fechas del rebrote en Chiapas y Yucatán. El análisis deja ver también el pasmo de las autoridades estatales, la indiferencia de los gobernadores Juan Sabines Guerrero e Ivonne Ortega Pacheco, frente el rapidísimo contagio de chiapanecos y yucatecos. Durante el golpe de la enfermedad, el secretario de Salud chiapaneco, Adrián Pérez Vargas, dio a conocer su renuncia en medio de señalamientos y acusaciones del doctor Córdova Villalobos y la versión de que el miembro del gabinete de Sabines se había contagiado de influenza. ¡Hasta el secretario de Salud se contagió!, se decía con alarma.

El despegue del virus en el sureste mexicano ocurrió entre el 23 de junio y el 11 de julio. Para esas fechas, los medios de comunicación habían documentado que las autoridades estatales no estaban tomando las medidas necesarias para la contención del virus, que estaban privilegiado el fomento del turismo y que desdeñaban las medidas de prevención. El descontrol de las acciones sanitarias puso a Chiapas, un estado con alto grado de marginación social y con falta de acceso a los servicios de agua potable, en la punta de las estadísticas de la Secretaría de Salud. Lo mismo ocurrió con Yucatán, que tuvo pacientes con diagnósticos francamente equivocados, que los llevaron a la muerte; no sobrevivieron al ataque del virus.

Los datos mostraban que Chiapas se encontraba en una situación estable hacia el 9 de junio, con apenas 138 casos. No había motivos de preocupación, pero el descuido cobró deudas al gobierno de Sabines. Nueve días más tarde, el gobierno federal reportaba 377. El 23 de junio, los chiapanecos enfermos llegaban a 492. Los días siguientes resultaron cruciales: en dos semanas y media los casos tuvieron una crecimiento exponencial hasta llegar a mil 777. El estado se colocaba en segundo lugar, por debajo del Distrito Federal que en ese momento tenía dos mil 142. Para el 23 de julio, el gobierno chiapaneco daba cuenta de dos mil 609 casos de influenza y se colocaba en el primer lugar, el estado con más enfermos comprobados.

Las autoridades yucatecas registraron una ruta ascendente muy similar: 9 de junio con 174; 18 de junio con 453; 23 de junio con 683; 11 de julio con mil 568, y 23 de julio con dos mil 172. Para esa fecha, Chiapas y Yucatán ocupaban el primero y segundo lugar con personas afectadas por el A-H1N1.

Con el manto del virus encima, Sabines todavía terqueó con su verdad: no hay rebrote en Chiapas. “Sencillamente es un brote que afecta la salud de la población”. Las autoridades de Salud de Yucatán al menos aceptaron que “bajaron la guardia” frente a la eventual expansión y contagio de la enfermedad. El secretario Córdova Villalobos tuvo que salir a los medios el 27 de julio para tratar de calmar la desazón en el sureste mexicano: “No está de ninguna manera fuera de control y se hace un monitoreo nacional estricto”. Lo importante es evitar que se disemine rápidamente.

Pobre Chiapas, vive con negligencia y con un gobernador que no afronta los problemas.

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